sábado, 11 de octubre de 2014

Cómo ocurren los cambios sociales: avalanchas de la transmodernidad

recuperado de http://humanismoyconectividad.wordpress.com/ por Andrés Schuschny - supongamos que tenemos un balde lleno de arena seca y lo damos vuelta de manera súbita en una mesa... nada extraño parece ocurrir simplemente vemos que se formó una pila de arena - consideremos ahora que muy sutil y suavemente vamos lanzando desde arriba de a un granito de arena por vez. ¿Qué ocurriría?

Eventualmente, se sucederán pequeñas avalanchas o deslizamientos de arena. La adición sucesiva de granitos de arena provoca un aumento de la tensión que termina causando avalanchas que se propagan a lo largo y ancho de la pila y cuyo tamaño puede variar de lo ínfimo a lo dramático. La pila alcanza un estado estacionario, donde la cantidad de arena añadida esta balanceada por la cantidad de granos de arena que se salen de la pila.

En este “estado estacionario”, existen avalanchas de todos los tamaños. Si registráramos el historial del tamaño de las diferentes avalanchas que se producen cuando vamos añadiendo granitos de arena a la pila, ciertamente veríamos que, dadas las características de este sistema complejo, no existirá un tamaño típico o medio en las avalanchas.

Ciertamente, la mayoría de las avalanchas serán de pequeña magnitud, pero veremos también que se suceden (algo más esporádicamente) avalanchas de tamaños intermedios y, de vez en cuando, avalanchas cuya magnitud son comparables al tamaño de toda la pila de arena.

La distribución del tamaño de las avalanchas no tiene ninguna semejanza con la famosa campana de Gauss, aquella que nos permitía definir el valor promedio y el tamaño del fenómeno parametrizado por la varianza de la distribución. En efecto, sistemas como la pila de arena poseen una varianza que resulta infinita.

Así como la pila de arena, existen numerosos fenómenos que no poseen un tamaño característico a partir del cual se nos facilite su parametrización y, por lo tanto, se posibilite su control (estandarizado o gaussiano) tal como si se tratara de un mecanismo maquínico. La universalidad de ciertos comportamientos se reafirma en diversos y distintos sistemas donde la contingencia, la rareza, la multiplicidad de eventos y los saltos de escala son la pauta de organización de estos sistemas.

Sea que se trate de la volatilidad de los mercados financieros, las intensidades de las guerras, las visitas a las páginas web, las citaciones en publicaciones científicas, el tamaño de las empresas, la distribución de la riqueza, el tamaño poblacional de las ciudades y pueblos y la magnitud de las convocatorias a las más diversas movilizaciones ciudadanas; todos estos ejemplos comparten mucho de lo que se describe con la simple analogía de la pila de arena.

Cada uno de estos sistemas es un todo consistente de un inmenso número de componentes en mutua interacción. Se trata de sistemas complejos que se auto-organizan en lo que se denomina como un “estado crítico”, altamente interactivo y relacional donde una perturbación menor puede conducir al acontecimiento de eventos, o avalanchas, de todos los tamaños posibles.

En física de los sistemas complejos el fenómeno lleva el nombre de: Criticalidad Autoorganizada. Se trata de una de las explicaciones más elegantes que hay acerca del porqué la evolución de muchos sistemas complejos da lugar a distribuciones denominadas “power law” o leyes de potencias cuyas colas son anchas, es decir cuyos valores extremos son mucho más probables que bajo condiciones gaussianas, dado que son distribuciones estadísticas que teóricamente poseen una varianza infinita, lo que hace que los fenómenos que se basan en estas distribuciones no poseen un tamaño típico o característico.

Vale pues de comprender sutilmente este tipo de procesos y de detenerse a reflexionar sobre sus posibles implicancias. Ciertamente, la utilización de la pila de arena no es más que una metáfora explicativa, un modelo de juguete que, como enunciamos, puede abarcar una gran variedad de fenómenos atribuibles a otros numerosos contextos.

Está claro que ya no nos resulta sorprendente afirmar que vivimos un período histórico trascendente signado por colosales cambios, disrupciones y rupturas, discontinuidades y crisis.

A distintas velocidades y con distinta magnitud, es posible afirmar que en todas las sociedades, el cambio siempre se vio encaminado por el impulso de tres elementos básicos: (i) la tecnología, (ii) las instituciones y (iii) los sistemas de valores. Sin embargo, vale destacar que, si bien los sistemas sociales, políticos y económicos evolucionan de modo incremental, hoy somos plenamente conscientes de que la tecnología revoluciona de manera exponencial.

Destaquemos, que lo determinante de una innovación hoy, no es ya la creatividad que deriva en una tecnología, sino la capacidad de sus creadores de convencer a la sociedad de la necesidad de su uso y, al adoptarlos por una creciente mayoría, de persuadir al resto de la necesidad de transformar aquello que esa tecnología provoca transfigurar. Indudablemente, los cambios tecnológicos afectan inicialmente, como resultaría obvio, a aquellos vinculados con esa tecnología; sin embargo, más allá de cierto umbral, la disrupción de los cambios acontece en otros ámbitos de la sociedad.

El gran dilema se presenta cuando nos damos cuenta de que hemos desarrollado visiones de mundo o modelos mentales que ya no responden al imperativo de esta transformación emergente que testimoniamos. Durante todo el período de la modernidad en que se desarrolló el paradigma tecno-industrial se constituyó una mirada del mundo que nos alienó ante la omnipotente presencia de la máquina y lo masificado.

Construimos una sociedad (gaussiana) de masas que nos deshumanizó y nos arrastró al sufrimiento del existencialismo, al psicoanálisis y la asidia: la versión unidimensional del ser humano producido a escala. El mundo se entregó al invariable orden disciplinario de la normalización y condenó aquello que era señalado como “anormal”. Todo era sujeto a medición ocupando una ubicación desprivilegiada en un universo gaussiano de campanas cuantificadas por valores medios y varianzas.

Así se constituyeron los Estados-Nación organizados alrededor de valores generalizados como los que circundan los conceptos de patria, familia y tradición, los mercados masivos o la colectivización generalizada, la producción seriada y masificada, la escolarización supervisada al servicio del disciplinamiento generalizado, la cultura de masas promovida por las mediaciones verticales gestionadas por los diarios, la radio o la televisión, el sentido común, la opinión pública, etc.
Llegaron luego los años ’60 con todo su emerger libertario motivando la inauguración del movimiento posmoderno, signado por el relativismo cultural, el da lo mismo, la fragmentación, el aislamiento y el desorden del ruido.

Decretándose el “fin de los metarrelatos”, el movimiento posmoderno se desarrolló olvidando o descartando la complejidad de las redes, suprimiendo el potencial de auto-organización de la sociedad y su complejidad inherente.

Hoy, nos toca peregrinar la transmodernidad: un mundo que ya no puede apelar a la dicotomización entre lo “normal” y lo “patológico”; un mundo de “pilas de arena” y “cisnes negros”, de sorpresas y shocks, un mundo conectado global y localmente en forma simultánea, y signado por la multimedialidad, la hipertextualidad y la interactividad multicultural;

un mundo en el que puede que, por ciertos períodos de tiempo, como ínfimas e irrelevantes avalanchas de la pila, no sucedan acontecimientos importantes o significativos pero que, de vez en cuando y fruto de la acumulación de tensiones y expectativas, emerjan colosalmente grandes disrupciones que alteran el “no-orden” de lo establecido: sean estas signadas por la súbita aparición de innovaciones disruptivas y tecnologías emergentes originadas por un grupo de emprendedores, “hackers de garaje”,

sean por la viralización de rumores que desatan crisis financieras, ataques especulativos o corridas bancarias, sean por la irrupción casi espontánea de una tribu urbana, una subcultura marginal que de repente y porque sí, se erige súbitamente en fundadora de un nuevo paradigma “cool”, sean por la auto-convocatoria de movimientos o movilizaciones sociales, tal como sucedió con la primavera del norte de África o el movimiento 15M.

Se trata de un mundo estimulado por el bombardeo de una variedad capaz de liberar, si las condiciones de tensión social lo favorecen, las fuerzas de lo emergente, sin control alguno y más allá de toda escala, evadiendo cualquier tentativa de normalización o definición de tamaño característico. Se trata de un mundo que inusitadamente se activa en el nivel macro por una innumerable cantidad de micro-fenómenos (como sucede con los granitos de arena) y que cuando el sistema yace tensionado puede engendrar macrofenómenos de naturaleza catastrófica, revolucionaria y transformadora.

Fruto de nuestro pasado “normalizador”, persiste aun el mito de que cada micro-cambio individual, que colectivamente conforma esta avalancha de cambios sin precedentes, se puede analizar, tratar y predecir. Como sucede con la pila de arena, cada micro-cambio, es tanto interactivo como acumulativo. Esos cambios no son lugares de llegada, sino parte de un sendero, en el que a cada paso todo se modifica.

El cambio transcurre en múltiples niveles, cambia el juego que nos toca jugar, cambia nuestra forma de percibir el juego, cambian las reglas del juego, cambia la manera en que cambian las reglas del juego y, más profundo aún, cambiamos nosotros mismos. En un principio, el cambio puede ser visible y ocurrir tan sólo en lo exterior. Luego aparecen y se engendran nuevos tipos de instituciones, nuevos sectores económicos, nuevos actores sociales, nuevos modos de interacción social. Indefectiblemente el cambio nos alcanza a nosotros. El sendero de la evolución es irreversible y no retorna hacia atrás.

Este mundo transmoderno cala en lo profundo y nos sumerge en la ansiedad de un incesante flujo de aprendizaje sin límites, exponencial y desordenado. Si esta idea es la idea del mundo real, donde se sucede lo dinámico y complejo, debemos entonces aceptar el cambio y la fluctuación como inevitables y signarnos por el devenir de un tiempo orgánico, multidimensional e interdependiente; la historia acontece en incesante y fluctuante actualidad donde pequeños actos o eventos localizados, pueden prefigurar la transformación de toda la sociedad en la que estos acontecen.

Una pequeña movilización en un barrio frente a un reclamo de carácter local, un post de un blog, un comentario en twitter o un video en youtube tienen (en potencia), en un contexto de estrés, la capacidad de desencadenar una secuencia inesperada de eventos.

El real impacto de estos eventos puede ser cuestionado pues no alcanza con la simple viralización de contenidos. Porque, si de transformación e innovación social se trata, llegó la hora de que brote un renovado concepto de ciudadanía y, para que ello suceda, es necesario que la sociedad encuentre la debida inspiración y guía. Toda transformación epocal se ha visto signada por un actor social que la legitima y encarna.

Si el pasado de la modernidad, del paradigma tecno-industrial estuvo representado por la figura del empresario, la transmodernidad que hoy vivimos, está siendo encarnada por el referente social que, poco a poco, ya ocupa espacios de preeminencia en la elite. Me refiero al programador informático, al emprendedor tecnológico, al hacker.

Los hackers, en su disfrute y pasión por superar retos y buscar alterar las limitaciones llevando al extremo la creatividad, nos muestran el camino para liberar el potencial de la sociedad. Loshackers, alejados de toda posible estandarización, en tanto personajes fuera de toda norma, con su inspiración, nos incitan a alterar el orden de la época, nos muestran que, como los granitos de arena que caen sin cesar, es a través de la experimentación, la recurrencia de la prueba y el error, de la exploración y el prototipado, el sendero merced al cual se llegará a la necesaria transformación cultural.

Revolución tecnológica, revolución informática, era digital, cultura hacker, sociedad de la información, sociedad-red; todas estas nociones se han instalado con gran rapidez y sugestiva facilidad, en los más diversos discursos y ámbitos de la sociedad.

Aunque muchos no sepan con exactitud a qué se refieren estas nociones, cuáles son sus alcances, sus diferencias y más aún, la incidencia que están teniendo, han logrado concentrar el enorme poder simbólico de representar este gran cambio epocal que he expresado, la aparición de una nueva etapa en la civilización y en las posibilidades de la especie humana.

Se suele afirmar que estamos emprendiendo una profunda e inédita transformación, en todos los niveles de lo que entendemos por realidad, en la que los avances tecnológicos ocupan el lugar central por ser la palanca de nuestra evolución como especie inteligente.

Se trata pues de hackear la realidad, de hackear el sufrimiento, de transubstanciar las energías hoy, anodinamente aquietadas, del enorme potencial de lo humano con miras a cocrear el futuro venidero.