Congelando Ministras - De la Serie Pedagogía del Caos - (Se narra una experiencia de desarrollo del potencial creativo y de la autonomía de 42 chicos y chicas en actividad escolar y extraescolar en la Normal Distrital María Montessori, Bogotá 1989. Ver Documento completo: Una Escuela Generadora, a pesar de la Escuela)
Corría detrás de una de las ministras, y al tocarla sentí que se había detenido la justicia. Afortunadamente era solo un juego en el País del 604, un curso de la Normal Distrital María Montessori que meses atrás había iniciado una experiencia pedagógica. Celebrábamos un "consejo de ministros", y después de una agotadora reunión nos dedicamos a jugar "congelados[1]" los ocho integrantes del equipo de gobierno.
La ministra permaneció inmóvil, y al continuar mi carrera de persecución pude ver, con cierta complicidad, que la justicia cobraba vida porque la ministra de educación, con un toquecito, le devolvía el movimiento.
También llegó mi turno, y al ser inmovilizado me di cuenta con asombro que este juego podía ser bien revelador: la educación y la cultura de unos niños ponían en movimiento, según sus reglas, al gobierno, la economía, la justicia... y yo, su director de curso y representante de los adultos, apenas contemplaba maravillado su propio ritmo.
El juego continuaba, y nos sentíamos tan a gusto que no podía entender por qué años antes no disfrutaba tanto las cosas de los niños. Algo había pasado, y al volver la vista comprendí que era el cúmulo de situaciones compartidas, y la reflexión permanente sobre ellas, lo que hacía posible esta convivencia.
Habíamos recorrido los más comunes y extraños caminos de organización, y dialogado y discutido sobre temas innumerables en sitios muy diferentes; la lista de actividades no ordinarias se hacía cada vez más grande[2], las formas de estudiar, aprender y disfrutar se habían ampliado a nuevos límites: cada uno de los alumnos tenía una carpeta bastante voluminosa, con toda su producción de cuentos, historias, concepciones, documentos, que reflejaba bastante bien su personalidad.
El día anterior había asistido a la izada de bandera en la escuelita "República de mi Hogar", fundada por algunos de estos niños, con maestros de diez y once años de edad y cincuenta pequeños alumnos. Los proyectos estéticos en danza y música se habían vuelto algo usual y de calidad reconocida; habíamos presentado la experiencia en foros y encuentros, especialmente de maestros, y algo fundamental: la relación con sus familias era cada vez más sólida.
Distraído en estas imágenes recordé que seguía inmóvil, cuando sentí un golpecito en la espalda, y al lanzarme en carrera entusiasta "vi" uno a uno esos cuarenta y dos rostros alegres, serenos, contentos de ser como eran a pesar de las mil limitaciones y tropiezos que cada día debían superar.
Me parecía que aquel juego no era broma; los niños se jugaban a sí mismos permanentemente, construyendo su propio universo de saber y de poder, incrementando su capacidad de expresión, de tomar decisiones, de manejo y aprovechamiento del medio, del tiempo libre, de superación de complejos y temores.
En general manifestaban satisfacción en su vida escolar y familiar, y se sentían cada vez más personas. Podría decirse que de aquel universo de aparente fantasía para nosotros, llegaban de vez en cuando "presentes" reconciliadores para nuestro mundo tan descompuesto. Algo así como si usted anda enfermo, se despierta una mañana y encuentra en su mesa de noche la poción que le recetó un pequeño brujo indio durante su sueño[3].
Si desea conocer otras experiencias de Pedagogía del Caos, visite la Serie: Pedagogía del Caos.
[1] Juego que consiste en tocar a los otros que deben quedar paralizados, pero cuando pasa por debajo uno de sus amigos, pueden de nuevo correr.
[2] Rubio J., Vicente: "Actividades, logros y | limitaciones. Experiencia 604/89".
[3] La idea de la opción sobre la mesa de noche fue suscitada por un cuento de una de las niñas del grupo.
Corría detrás de una de las ministras, y al tocarla sentí que se había detenido la justicia. Afortunadamente era solo un juego en el País del 604, un curso de la Normal Distrital María Montessori que meses atrás había iniciado una experiencia pedagógica. Celebrábamos un "consejo de ministros", y después de una agotadora reunión nos dedicamos a jugar "congelados[1]" los ocho integrantes del equipo de gobierno.
La ministra permaneció inmóvil, y al continuar mi carrera de persecución pude ver, con cierta complicidad, que la justicia cobraba vida porque la ministra de educación, con un toquecito, le devolvía el movimiento.
También llegó mi turno, y al ser inmovilizado me di cuenta con asombro que este juego podía ser bien revelador: la educación y la cultura de unos niños ponían en movimiento, según sus reglas, al gobierno, la economía, la justicia... y yo, su director de curso y representante de los adultos, apenas contemplaba maravillado su propio ritmo.
El juego continuaba, y nos sentíamos tan a gusto que no podía entender por qué años antes no disfrutaba tanto las cosas de los niños. Algo había pasado, y al volver la vista comprendí que era el cúmulo de situaciones compartidas, y la reflexión permanente sobre ellas, lo que hacía posible esta convivencia.
Habíamos recorrido los más comunes y extraños caminos de organización, y dialogado y discutido sobre temas innumerables en sitios muy diferentes; la lista de actividades no ordinarias se hacía cada vez más grande[2], las formas de estudiar, aprender y disfrutar se habían ampliado a nuevos límites: cada uno de los alumnos tenía una carpeta bastante voluminosa, con toda su producción de cuentos, historias, concepciones, documentos, que reflejaba bastante bien su personalidad.
El día anterior había asistido a la izada de bandera en la escuelita "República de mi Hogar", fundada por algunos de estos niños, con maestros de diez y once años de edad y cincuenta pequeños alumnos. Los proyectos estéticos en danza y música se habían vuelto algo usual y de calidad reconocida; habíamos presentado la experiencia en foros y encuentros, especialmente de maestros, y algo fundamental: la relación con sus familias era cada vez más sólida.
Distraído en estas imágenes recordé que seguía inmóvil, cuando sentí un golpecito en la espalda, y al lanzarme en carrera entusiasta "vi" uno a uno esos cuarenta y dos rostros alegres, serenos, contentos de ser como eran a pesar de las mil limitaciones y tropiezos que cada día debían superar.
Me parecía que aquel juego no era broma; los niños se jugaban a sí mismos permanentemente, construyendo su propio universo de saber y de poder, incrementando su capacidad de expresión, de tomar decisiones, de manejo y aprovechamiento del medio, del tiempo libre, de superación de complejos y temores.
En general manifestaban satisfacción en su vida escolar y familiar, y se sentían cada vez más personas. Podría decirse que de aquel universo de aparente fantasía para nosotros, llegaban de vez en cuando "presentes" reconciliadores para nuestro mundo tan descompuesto. Algo así como si usted anda enfermo, se despierta una mañana y encuentra en su mesa de noche la poción que le recetó un pequeño brujo indio durante su sueño[3].
Si desea conocer otras experiencias de Pedagogía del Caos, visite la Serie: Pedagogía del Caos.
[1] Juego que consiste en tocar a los otros que deben quedar paralizados, pero cuando pasa por debajo uno de sus amigos, pueden de nuevo correr.
[2] Rubio J., Vicente: "Actividades, logros y | limitaciones. Experiencia 604/89".
[3] La idea de la opción sobre la mesa de noche fue suscitada por un cuento de una de las niñas del grupo.